Las vacaciones las compartí entre Bajamar y Playa Honda. Dos ventanas abiertas al Atlántico, cuya brisa marina renueva ilusiones y esperanzas.
“Y un día de agosto aquella gaviota de vuelo rasante dejó su plácida estancia en esta zona costera y, como ave migratoria que necesita beber de otras fuentes, remontó el vuelo. Impulsada desde la cima más alta, sobrevoló el Roque Nublo, y rozó las Peñas del Chache, para luego posarse en Playa Honda y encontrarse con las suyas, con las de su mismo nido”.
Aquí, en Playa Honda, disfruté de un nuevo encuentro familiar, en la misma casita centenaria, a pie de Playa, donde reposan recuerdos desde la infancia; de felices estancias veraniegas, con sedimentos de añoranza.
Fue un crisol de tres generaciones, en un despliegue de treinta y cinco personas, donde se mezclaron vivencias, sonrisas y cantos de mayores y pequeños en un ambiente de cariño y alegría.